Mi propio parto
Para llegar al día del parto, primero tenemos que ir un par de días para atrás.
El sábado 16 de julio cumplía 39 semanas. Como los chicos nacieron pasada la semana 40, no tenía en mente que Oli llegara antes que eso.
Ese sábado, mientras Juanjo iba al súper, llevé a los chicos a la pileta. Es una pileta techada, climatizada, llena de cloro. Imagínense que con 39 semanas y con el calor que hacia ahí adentro, no era el mejor lugar para pasar la tarde. Mientras estaba afuera de la pileta mirando a los chicos, me empecé a sentir mal. Mareo, aturdimiento, confusión. Nauseas. Debo aclarar que en todo este proceso de traer un hijo al mundo siendo doula, fui reconociendo cambios en mi cuerpo y sensaciones a los que antes no les hubiera prestado atención.
Sabía que un poco antes del parto, el cuerpo se libera o se limpia de todo aquello que no va a necesitar para parir. Y así fue como, después de sacar a los chicos del agua, acompañarlos a vestirse, subir al auto, volver a casa, textear a Shirley para que se quede un minuto con los chicos mientras yo me abrazaba al inodoro, vomitar y llamar a Juanjo para que volviera rápido, entendí que quizás había empezado ese proceso de limpieza y de ir despidiendo la vida in-utero.
Me metí en la cama y más tarde en la bañadera, donde me quede un rato.
Mas tarde volví a la cama y me puse a ver algo que me distraiga del malestar. En este caso, elegí el programa de los aeropuertos donde enganchan a los que trafican merca. Aprendí mucho sobre alcaloide de cocaína y mulas. Muy ocurrentes los narcos che.
Me fui a dormir pensando más en la posibilidad de que el calor y el cloro de la pileta me hubieran pegado mal, que en la posibilidad de que el proceso de parir estuviera comenzando.
El domingo me sentí mejor. Aproveché para estar en casa tranquila y pasar tiempo afuera porque, si algo aprendí viviendo acá, es que el verano es increíble e increíblemente breve. Esta foto la saqué ese domingo, mientras tomábamos unos mates afuera.
Cerca de las 6 de la tarde sentí que perdía liquido.
Paren, quiero hacer un comentario:
Detalles de texturas, fluidos, colores y sensaciones son muy importantes en este relato. Así que si vas a leerlo con cara de cringe (no se cómo se dice en español pero es más o menos así 😬), no lo leas. Sigo:
Sentí liquido. Un poco, no mucho. Pero me llamó la atención porque no era pipí (yo te avisé). Le mandé un mail a mi partera y me dijo que fuera a verla a la mañana siguiente, a menos que arrancara antes con contracciones.
Así fue. A la mañana dejamos a los chicos con Sole (personaje de gran importancia en este relato) para que los lleve a la colonia (recuerden que estábamos en verano) y nos fuimos a Authentic.
Hablando de Authentic. Es un lugar que acá se conoce como Birth Center. Una especie de hotel donde vas a parir. Tiene suites increíblemente preparadas y está manejado por parteras. No tiene médicos?! Y acá hay todo tipo de “peros”: riesgos, miedos, historias de terror, muerte y cosas espantosas. No, no tiene médicos. Tiene parteras que están capacitadas para atender partos de bajo riesgo. Y ante tu siguiente pregunta: Si, tiene un hospital muy muy cerca en caso de necesitar transferencia.
Por qué elegí parir ahí y no es un hospital, como con los nacimientos de los chicos? Es una respuesta muy larga, pero básicamente porque quería que mi parto fuese mío y de Oli y no de un sistema médico que te trata como una “paciente” y no como una mujer haciendo lo que es capaz de hacer con naturalidad. Mi embarazo fue perfecto desde el comienzo, las experiencias con los chicos súper favorables, yo confiaba en mi poder y Juanjo confiaba en mi, así que fuimos a buscar esa experiencia distinta. Después de haber visto todo tipo de partos (en casas, en hospitales, en centros como Authentic, etc), fue una decisión muy fácil de tomar.
Así que el lunes tempranito nos fuimos a Authentic. Yo un poco angustiada porque estaba segura de que era la bolsa fisurada y no tenía contracciones, y eso significaba que tenía 6 horas para que aparezcan antes de inducir con despegue de membranas o con otros tipos de inducción naturales. Si esos métodos naturales no funcionaban, por protocolo de Authentic no iban a poder seguir atendiéndome e iba a terminar en un hospital, que era todo lo contrario a lo que habíamos elegido.
Me vio Fiona, mi partera. Me preguntó cómo estaba y demás. Y acá quiero mencionar la diferencia entre el trato con la partera, su calidez y turnos de 30 minutos donde se habla del cuerpo pero también de las emociones. Mi experiencia con un Obstetra al que vi al principio del embarazo fue de 4 minutos, un par de preguntas técnicas y despacho.
Hablamos un ratito y me dijo que iba a tomar una muestra del líquido que estaba perdiendo, para saber si era líquido amniótico o no. Tomó la muestra, la llevó al microscopio y cuando volvió al consultorio me dio la buenísima noticia de que no era líquido amniótico. Yo me alegré, aunque en mi interior sabía que SI era líquido amniótico y que la muestra que Fiona había tomado no era lo mismo que yo sentía perder a cada rato. Pero no dije nada porque no tenía ningún interés en discutirle y que haga la prueba de nuevo y sea otro el resultado.
Así que nos fuimos con Juanjo a desayunar y charlamos entre café y (viene un dato fuerte) pañales de adulto que yo tenia que usar porque las pérdidas no cesaban.
Mi mente sabía que era la bolsa y que me iba a tener que poner en movimiento para que las contracciones hicieran su aparición.
Un dato más para cerrar el capítulo: con los chicos no rompí bolsa nunca así que no tenía experiencia previa en este aspecto, pero si sabía por mi trabajo cómo luce el líquido y qué hay que estar atentos a cualquier cambio en el color de la pérdida porque puede tener meconio y puede ser peligroso para el bebé.
Así que después del desayuno titánico, nos fuimos a hacer una ecografía (foto) que nos habían recomendado hacer. Aprovechamos para preguntarle a la ecografista si el líquido se veía ok y nos dijo que se veía una cantidad normal. Dato: el líquido no se acaba, sino que se va regenerando con el pipí del bebé. Asi que por más que la bolsa esté fisurada, no es que se pierde todo el líquido de una. Ojo que estos posts son entretenidos pero también informativos. Inserte emoji de nerd.
Yo, creyendo que mi bolsa estaba fisurada, me propuse empezar a poner en marcha las cosas que sé que favorecen las contracciones y el desencadenamiento del parto. Entonces, esa tarde me relajé, miré un poco más de los aeropuertos peligrosos, hice el circuito de Miles (ahora si, vayan a Google porque es largo de explicar. Post informativo si, Wikipedia no), me senté en la pelota y escuché mi amada playlist de parto. El objetivo era buscar oxitocina en las cosas que me hacen feliz.
A todo esto, el líquido seguía saliendo de acuerdo a mi posición y a esta altura, ya estaba convencida de que era la bolsa.
Esa noche de lunes fue tranquila. Alguna que otra contracción pero aparecían muy leves y enseguida se iban.
Al día siguiente, Martes 19 de julio, tenía que editar un video de una colega. Cambié la silla del escritorio por la pelota y ahí me senté a rebotar y editar.
Durante la mañana ya empecé a sentir que algo había cambiado. Más presión en la espalda baja y algunas contracciones más intensas, pero nada que un poquito de relajación no calmara.
Cancelé mi almuerzo con Vero, una amiga y me concentré en terminar el trabajo que tenía, por las dudas!
Si se preguntan cómo me sentía yo en este momento a nivel emocional, les digo que feliz. Saber que estás cerca de ese momento esperado en el que cambia tu vida y saber que NO tenes miedo de que cambie, es un sentimiento imbatible.
A la tardecita nos sentamos afuera en el jardín y me sorprendió una pérdida de líquido más grande. El color ya era un poquito más amarillo, así que le escribí a Fiona y le conté.
Antes de escribirle a Fiona, la partera, le pedí a mi trío de hombres que me acompañen a caminar un poco. A veces caminar ayuda y si caminas de manera irregular como hice yo (un pie arriba del cordón y el otro en la calle), hace que los huesos de la pelvis se vayan moviendo y puede ayudar a que el bebé baje y desencadene el trabajo de parto. Una vuelta a la manzana tratando de seguirles el paso y yo ya quise volver a tirarme en la cama. Ahí fue cuando le escribí a Fiona.
Me contesto enseguida y me dijo que llame a Jessie, la partera de guardia. Eso hice y me dijo que fuera para Authentic. Una vez más, le tiramos los chicos a Sole (quien cumplía años al día siguiente) y nos fuimos para allá. 35 minutos de auto, charlando no se de qué (probablemente de las valijas con cocaína) y llegamos, me revisaron y esta vez, si. Mi sospecha se confirmaba. El líquido amniótico se seca en una forma particular y genera el dibujo de un helecho que se puede ver en un microscopio. Jessie me dijo “Es la bolsa. Anda a tu casa, relajate, dormí (mucho énfasis en el dormir) y seguro arranca tu trabajo de parto solo”. Ya había tenido algunas pocas contracciones pero más intensas.
Acá quiero mencionar algo muy importante:
No hubo chequeo cervical (tacto) en ningún momento del proceso. A menos que yo lo pidiera, no lo hacen como rutina. No es necesario, no suma nada y puede incluso ingresar alguna bacteria. Como si, en lugar de que un número me dijera si estaba de parto o no, fuera yo la que le informara al resto. Así debería ser siempre, pero es un debate para otro día.
Nos fuimos a casa. Los chicos no estaban. Comimos algo (lasagna de ravioles de Costco, una bestialidad) y me metí en la bañadera, siempre escuchando mi playlist.
Confiaba en que esa noche todo iba a arrancar solo y no iba a hacer falta ningún tipo de inducción.
Tuve algunas contracciones más, que venían muy espaciadas pero definitivamente más intensas.
Llegó el momento de dormir. Me resulta imposible dormir bajo presión (ahora con la beba ya nacida, podría dormir durante un terremoto). Me acosté y me puse auriculares. Abrí YouTube, busqué “Meditación trabajo de parto” y elegí una medio random. El acento español pronunciado en la voz de la persona que guiaba mi primera opción me hizo cambiar de video. Nada contra el acento español, pero sabía que me iba a distraer. Elegí otra meditación. Una voz femenina me hablaba de visualizar, de respirar y de conectar con mi bebé. Bastante bien.
Estuve un rato escuchando, con algunas contracciones que venían de a poco. Espaciadas en tiempo pero con bastante intensidad. “Arrancamos” pensé y creo que sonreí. Porque si hay algo que sé es que a las contracciones se las recibe y se las deja pasar, se las deja hacer lo suyo y se las despide con gratitud. Si, aunque “lo suyo” sea intenso.
Dormitaba. Unos minutos, casi por hipnosis, descansaba. Y ahí me despertaba una ola más. Relajaba la cara, las manos, me enfocaba en que no hubiera tensión en ningún músculo. Respiraba con intención, porque a veces nos olvidamos hasta de respirar.
Cuando pasó un rato (no se cuánto tiempo, ni cuántas contracciones. El contar frecuencia y cantidad me resultaba inútil. Escuchar a mi cuerpo era mucho más efectivo), me levanté y me senté en la pelota. Puse mi amada playlist y empecé a recibir olas más intensas. Sentía que llegaban, hacían su trabajo y se iban.
A esta altura, había despertado a Juanjo para que supiera que el operativo Oli estaba en marcha.
Una tras otra las contracciones, tolerables, efectivas, bienvenidas. Empezaba a amanecer y llamamos a la partera, que nos dijo que habláramos en una hora.
Con mi música, decidí meterme un rato en la bañadera. El agua es tan increíble.
Tenía hambre y sabía que necesitaba una buena dosis de energía para lo que iba a venir, así que le pedí a Juanjo que me trajera… (redoble de tambor) queso y dulce. Todo muy bilingüe siempre.
Me quedé en el agua un rato, cantando algunas de las canciones y pasando una a una las contracciones. Relajando manos, cuello, mandíbula. Todo iba bien. Agradecí que todo estuviera moviéndose sin necesidad de intervenir. Yo sabía que así iba a ser. No tenía dudas de que era cuestión de dejar que mi cuerpo hiciera.
Era 20 de julio, el día del amigo y el día del cumple de Sole. Sonaba como una buena fecha para nacer.
A las 6 am Juanjo llamó a la partera. Le dijo que yo estaba en la bañadera y que las contracciones eran cada vez más intensas. La partera, en altavoz, dijo que lo mejor era salir del agua porque al estar tan relajada era posible tener a Oli ahí mismo. Juanjo los últimos días me jodía con que a mi me gusta “la heroica” y que a mi me gustaría parir en la autopista, en el súper o cosas así. Un poco de razón tenía.
Salí del agua y me vestí.
Hablando con Juanjo, decidimos que era hora de ir a Authentic e instalarnos ahí. En mi mochila tenía cosas importantes que quería acomodar en la suite de parto.
Hablando de mochila. Si, es importante llevar un camisón y una bombacha de abuela, pero me pregunto ¿Por qué no se habla de lo otro que deberíamos llevar a parir? Me refiero a la parte emocional y a la información. Yo tenía cosas como tarjetas de afirmaciones, parlante, alguna foto con los chicos, aceites, un quarzo rosa que me regaló Sole y, siendo honesta, la GoPro porque (Juanjo me conoce) me gusta la (toma) heroica.
Llamamos de nuevo al celular de guardia y atendió Fiona, que había empezado su turno.
Le dijimos que íbamos para allá. Le avisé a mi equipo (doula y fotógrafa) que arrancaba el Operativo Oli. Subimos al auto y en 35 minutos de viaje, tuve unas 5 contracciones bien intensas pero siempre bienvenidas y tolerables. Spoiler alert: no parí en el auto.
Era una mañana de verano divina.
Llegamos a Authentic a las 7:20 am. Bajé del auto y tuve una contracción muy fuerte. Entramos y Fiona nos dijo que nuestra suite estaba lista.
Entre contracciones fui poniendo mis tesoros en su lugar: velitas a pila alrededor de la bañadera, las afirmaciones con las fotos de los chicos, la música tan importante.
Me senté en la pelota y Juanjo me acompañaba en cada ola. Yo pensaba que faltaba un buen rato para que llegue ese momento de transición, porque el dolor no era tan fuerte.
A todo momento, en mi mente había calma y había recuerdos de todas aquellas mujeres a quienes vi parir. Entendía todo lo que estaba pasando porque lo había grabado en mi memoria viendo a tantas que pasaron por lo mismo.
Monitoreaban los latidos de Oli cada 30 minutos y esa era toda la intervención de la partera y su asistente.
Juanjo no me dejaba sola. Estaba siempre conmigo, poniendo en práctica lo que le había explicado que podría llegar a necesitar en ese momento.
Habíamos parido dos veces, pero esta vez era distinta. No había chequeos de rutina, luces altas, gente desconocida ni órdenes que acatar.
En la suite había sólo luz natural que entraba por la ventana y música. También estaba mi doula y mi fotógrafa. Ambas de presencia casi imperceptible.
Cuando estuvo lista el agua de la bañadera, me metí y ahí empezó la fiesta.
En el agua mi cuerpo se relajó más que nunca. Mis manos abiertas, listas para recibir lo que viniera. La cara se sentía en llamas. Un calor intenso que solo se aliviaba con el ventilador de mano (mi herramienta más usada en partos).
Sabía en mi mente que pronto iba a sentir que las contracciones cambiaban y así fue.
Entre olas y ante la atónita mirada de todos, hice mi mejor esfuerzo por colocar la GoPro en el agua, pero no lo logré.
Un tiempo después (cuando estás en Partolandia no sabés si son minutos u horas) al final de cada contracción, mi cuerpo empezó a hacer fuerza. Una fuerza que no se puede manejar. El cuerpo toma el control y solo hay que dejarlo hacer. Adentro mío pensaba “Deja que tu cuerpo lo haga. Rendite. Estás pariendo”. Cada contracción terminaba con un sonido que yo conocía. “Este sonido es el sonido de tu cuerpo pujando”, me decía.
Tenía que dejar que suceda. Soltar el miedo, por mínimo que fuera y respirar mandando el aire para abajo.
Juanjo me decía “Ya va a pasar. Ya llega”.
Era un momento de mucha intensidad pero no sentía dolor. Solo un ardor pronunciado que identifiqué como el famoso Aro de fuego. “Me arde” dije y Juanjo, mi mejor aprendiz me recordó “Es que está por nacer”.
Sabía que tenía que pasar ese ardor respirando. No hacía falta hacer fuerza. Cuando el cuerpo está relajado y lo dejamos funcionar, hace magia. En la próxima contracción, Oli sacó su cabeza. Nadie más que yo se dio cuenta y fue un instante de nosotras dos. “Mi chiquita” fueron mis palabras cuando la toqué por primera vez. En la misma contracción, a las 9:20 am nació Oli. Juanjo se sorprendió tanto como el resto y Fiona me dijo que la acerque porque tenía el cordón alrededor del cuello. La acerqué para que lo desenrede y la traje a mi pecho. Estaba calentita, tranquila. De todas las canciones de la lista, eligió “Diamonds on the inside” para nacer. Un tema que Juanjo me grabó en un cd cuando estábamos saliendo. Oli lloró un poquito para limpiar sus pulmones y ese fue el único sonido que llenó el lugar, acompañado por mi alivio y la frase que, entre lágrimas, me dijo Juanjo: “Cómo mierda hiciste eso?!”.
Fiona la auscultó y nos dejó disfrutar del momento más sagrado.
Ahí nos quedamos un buen rato. Ella encima mío, alerta, tranquila. El equipo en silencio respetuoso.
“Acá estamos con papá. Gracias por nacer!” Le decía.
Me acuerdo haber dicho también dos frases mientras seguía en la bañadera que se estaba vaciando y es mi deseo que todas las mujeres del mundo puedan decirlas después de parir. Una fue “No fue doloroso, fue intenso” y la otra “Me siento genial”.
Después de un ratito, con la placenta aun sin nacer y Oli aun con el cordón intacto, me fui a la cama.
No me dolía nada más que algunas contracciones más que actuaban para expulsar la placenta.
Me acosté un ratito hasta que me pidieron ponerme en cuclillas para parir la placenta. Salió la placenta y terminó mi embarazo.
Oli era tan perfecta. La felicidad era inexplicable. Le comenté a todo mi equipo cómo siempre me parecía increíble lo satisfactorios que eran los partos de este tipo, y que no podía creer ser yo la que estuviera del otro lado. Mi parto había sido más que mágico.
Ni un rasguño. Ni un dolor.
Nos dejaron un largo rato para que disfrutemos de esa hora sagrada los 3. Oli, todavía con su cordón y su placenta fue buscando el pecho para empezar a mamar.
Después de esa hora sagrada, vinieron Fiona y su asistente a hacer los controles de rutina. La pesaron (3,220 kg), la midieron (50 cm) y Juanjo cortó el cordón.
Ahí nos quedamos, solos los 3 otra vez. Pedimos delivery, comimos en la cama. Solo entró la asistente de Fiona a tomarme la presión y la temperatura a Oli.
Más tarde Juanjo fue a buscar a los chicos, para contarles que Oli finalmente había nacido y traerlos a conocerla.
Cuando llegaron, la llenaron de besos e hicieron comentarios sobre su carita, sus manos, su ombligo. Se imaginarán cómo nos explotaba el corazón.
Me sentía tan bien y tan lista para empezar la vida de a 5, que decidimos volver a pasar la noche a casa.
Esa noche Oli durmió 6-7 horas de corrido. Pudimos descansar (obvio que los dos nos despertamos varias veces para ver si respiraba 😅). Nadie nos interrumpió por controles de rutina. Fue una noche increíble!
Oli es una beba tranquila y la misma calma con la que fue traída al mundo, es la calma con la que se dió la lactancia, el vínculo, el puerperio.
Creo en que cambiar la mirada sobre el nacer y sobre lo que es capaz de hacer nuestro cuerpo, es lo que va a cambiar el mundo.
La persona que nos hizo a las mujeres dudar de nuestro poder de dar vida debe haber sido la misma que nos puso en un lugar de inferioridad durante siglos.
No soy ni una genia, ni admirable. Soy una mujer que eligió volver al origen y dejó que pasara lo que su cuerpo estaba listo para hacer. Y créanme que esa decisión fue la que hizo que la llegada de Oli sea inolvidable. Ni un tercero salvador, ni “parirás con dolor”, ni los paradigmas heredados participaron de esta experiencia. Solo una mujer, acompañada por un equipo amoroso que resguardó su espacio y sus tiempos. Me preparé, visualicé, no dejé lugar a dudas de que lo iba a hacer. Confié en mi. Mis primeros partos fueron muy lindos. Solo quise cambiar algunas cosas para que el parto sea mío, de Juanjo y de Oli.
Todo se dio a su tiempo, a su ritmo. Derribando mitos escritos en un libro que se estudia desde hace mucho tiempo y que hay que actualizar, volviendo a la raíz, a nuestra cualidad de mamíferos.
Tomé todo lo aprendido con mi amado trabajo, leí historias felices, no me dejé llevar por los miedos de otros. No hubo lugar para dudar de mi capacidad de parir y la de mi bebé de nacer.
Deseo profundamente que todas aquellas personas que den a luz, sientan esto que sentí yo. Sea cual sea la forma de parir, que sea con paciencia, con respeto. Sin intervenciones innecesarias. Deseo que duden de lo aprendido! ¿Qué importan los centímetros en los que el cuello del útero se está expandiendo? ¿Cuál es la necesidad de hablar, hacer exclamaciones, tocar a un bebé cuando recién acaba de salir al mundo y de aprender a respirar? Si ese bebé está bien, ¿Por qué succionar el líquido que puede expulsar sólo? ¿Por que separar a un bebé de su mamá, si no es médicamente necesario? ¿Cual es el apuro por pesarlo y bañarlo, como si estuviera sucio?
“Para cambiar el mundo, hay que cambiar la forma de nacer”.
Link playlist: https://open.spotify.com/playlist/41gZVqNppiqkh5yu1VIVxK?si=50833669e2de4695

Photo by Caitlin Wyse